LA ESCALERA DE HUMO
Había una vez una casita donde habitaban dos ratones, Jan y Fil. Los dos eran grises, pequeños y muy lindos. Vivían en una madriguera situada dentro de un árbol, en medio de un campo de margaritas. Cada día iban a dar una vuelta entre las flores, para admirar el paisaje y disfrutar de su amor.
Un día, paseando, vieron un gatito perdido entre unas hierbas. Sin embargo, continuaron caminando, pensando que su madre estaría cerca. Fueron a casa, cenaron, pero escucharon un ruido delante de la puerta de entrada. Llovía, estaba oscuro y hacía mucho frío. Con precaución se dirigieron hacia allí, silenciosamente, para averiguar quién había fuera. Cuando miraron por la mirilla, vieron ese mismo gatito, mojado y temblando, que no paraba de maullar.
No sabían qué hacer, ya que los gatos se comen los ratones y tenían miedo de que les pasara lo mismo, pero… ¡daba tanta pena! Abrieron la puerta y lo dejaron entrar. El gatito, asustado, entró poco a poco y se situó junto a la chimenea, para calentarse. Jan y Fil le llevaron un poco de queso, pero él no lo quería probar. ¿Qué comería ese animalito? Lo condujeron hacia la cocina y él vio una botella de leche sobre una mesa y se lanzó como un loco, bebiendo como un desesperado. ¡Qué hambre que tenía!
Después, se tumbó en la alfombra y se durmió.
Jan y Fil estaban desconcertados. ¿¡Qué harían con un gato dentro de casa!? Después de pensar un buen rato, decidieron adoptarlo. Se dirigieron hacia él, mirando a su hijo, y eligieron un nombre: Sam. Él lo había cambiado todo, ahora era el centro de sus vidas. Decidieron irse a dormir, aturdidos, ya que ahora su familia se había hecho mayor.
Al día siguiente, Jan fue a comprar litros y litros de leche. Como aún era un bebé y no tenía dientes, sólo podía beber líquidos. Los dos ratones lo mimaban y lo querían con todo su corazón. Cada día jugaban con él y le enseñaban palabras nuevas. Pero al cabo de los meses, vieron que no crecía. Él se iba haciendo mayor interiormente pero estaba atrapado dentro de un cuerpo de bebé. Alarmados y muy preocupados decidieron ir al médico para ver que le pasaba, pero éste les dijo que no podía diagnosticarlo, ya que no conocía esta enfermedad. Ellos no sabían qué hacer, Sam ya tenía un año y todavía no tenía ni un diente.
Cuando parecía todo perdido, llegó a aquel prado su salvación. Los dos ratones tenían una vecina que nunca paraba por casa. Era una maga que se pasaba el año viajando y después, pasaba el verano en el prado, donde se relajaba gracias a la tranquilidad del ambiente.
Un día, llamaron a su puerta, y les sorprendió una gran mariposa con unos colores vivos y brillantes, que tenía una varita en la mano y un vaso de zumo en la otra.
Ella los invitó a entrar.
- ¿Cuál es exactamente el problema de este gatito tan lindo?
- Pues que, precisamente, ya no debería ser un encantador bebé. Está a punto de hacer dos años, y no puede ni taladrar un árbol. ¿Usted sabría darnos una explicación?
- Un momento, esto requiere una gran concentración.
La mariposa comenzó a pasear por aquella habitación, fijando la mirada en Sam y moviendo la varita de arriba abajo mientras pronunciaba las palabras: SI LA HISTORIA ES CIERTA, LA SOLUCIÓN SERÁ DESCUBIERTA.
Y de golpe, se detuvo en seco y cayó al suelo. Jan y Fil corrieron hacia ella, y cuando se despertó, les dijo: el antídoto está en el humo, y desapareció.
Jan y Fil estuvieron semanas dándole vueltas a aquellas palabras, pero no encontraban ninguna respuesta. Pidieron consejo a todos sus amigos, se pasaron noches sin dormir, días sin salir, pensando aquella frase. ¿Qué quería decir el humo? ¿De qué antídoto hablaba? La espera se hacía eterna, ya no sabían qué hacer, pero mientras tanto, tenían que ir a comprar litros y litros de leche. Cada día era igual, vivían en la monotonía del pensamiento y nada evolucionaba. Hasta que un día, que parecía ser como cualquier otro, vieron una niebla gris muy sospechosa.
Salieron fuera, después de días sin respirar aire fresco, y vieron que ésta se dirigía hacia algún lugar. Advirtieron a Sam que hiciera bondad y marcharon para descubrirlo. Cada vez se hacía más intensa, y olía a quemado. Primero se asustaron, pensando que sería un incendio, pero luego vieron que era una hoguera enorme situada en lo alto de una montaña. Pero esta tenía unas pruebas, que debían superar si querían llegar a la cima.
Su primer obstáculo a superar era un río de gran profundidad. Pero tenían un problema, y es que los ratones no saben nadar. ¿Cómo lo podrían cruzar sin barca? Estuvieron un rato pensando, nerviosos, y de pronto Fil encontró la respuesta.
A su lado había un árbol muy delgado y su tronco era perfecto para llegar hasta el otro lado del río. Ambos empezaron a roer hasta que cayó y así, lo pudieron atravesar. ¡Primera prueba superada!
Luego se plantaron ante un bosque oscuro y tenebroso con un silencio que aplastaba y tiraba atrás. Jan entraba decidido, pero Fil tenía mucho miedo y no se atrevía. No le gustaba nada aquel ambiente tan siniestro, y en un primer momento le dijo a Jan que debería continuar sin él.
- ¡Vamos, Fil! Estamos hablando de Sam, nuestro querido hijo. ¿Qué no haríamos nosotros para ayudarle si es lo que más queremos en este mundo?
Fil reflexionó sus palabras y se dio cuenta de que tenía razón. ¿Qué no daría él por Sam? Su vida era él y lucharía hasta el final. Haciendo de tripas corazón, se decidió, cogió todo el aire que le dejaban sus pulmones y entró. Al principio todo estaba tranquilo, pero aquella calma era muy sospechosa. De golpe, sin embargo, escuchó a alguien detrás de él. Fil se agarró a Jan, y él le dijo:
- Tranquilo, habrá sido el viento. Tú abrazate fuerte a mí y recuerda que no pasará...
Pero antes de terminar la frase, se plantó ante ellos una enorme águila. ¡Corre! Le dijo Jan, y ambos intentaron escapar bajo la hierba, pero el águila, rápida y ágil, los pilló antes. Los atrapó con sus garras y se los llevó volando hasta la cima, donde ella vivía.
Los dejó en un enorme nido, situado en lo alto de un árbol altísimo. Ella volvió a los pies de la montaña a buscar más comida, pero cuando Jan y Fil observaron bien el lugar donde se encontraban, vieron que cuatro polluelos los estaban observando con ojos de deseo. ¡Ratones! ¡Esa era su comida favorita! Se lanzaron directos hacia ellos, pero los dos ratones se escondieron entre las ramas. Consiguieron unos minutos hasta que los polluelos los cogieran con el pico ... ¿qué podían hacer? ¡Estaban atrapados! Pero Jan, muy inteligente y audaz, cogió sus camisetas y las ató en forma de paracaídas, y sin pensar ni un instante, ambos se lanzaron al vacío.
¡Que funcione, que funcione! Iban repitiendo... y con tanta suerte, que funcionó. Llegaron sanos y salvos en el suelo, suavemente, y así consiguieron la última prueba. ¡Ya estaban en la cima! Observaron atentamente su alrededor, y allí estaba, el origen de aquel olor que los había llevado hasta allí. No se lo podían creer, lo que veían sus ojos era imposible... Un fuego surgido de la nada enviaba una columna de humo que subía hasta el cielo en forma de escaleras. Se quedaron boquiabiertos, no podían reaccionar.
Fil puso una pata sobre un escalón, y vio que cada uno de ellos era de verdad. Decidido, empezó a subir mientras Jan vacilaba unos segundos, ya que le daban miedo las alturas.
- ¡Va Jan! Ahora cógete tú a mí y no tengas miedo. No mires abajo y piensa en Sam y en lo que nos espera allí arriba.